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7 de agosto de 2015

70 aniversario de la bomba atómica de Hirosima: fotos y testimonios impactantes.

Amaneció un día radiante en Hirosima el Lunes, 6 de agosto de 1945, sol y cielo despejado que marcaron su destino como objetivo donde lanzar la primera bomba atómica, el arma más destructiva jamás concebida.

En el 70 aniversario de la masacre de Hiroshima imágenes y testimonios impactantes de los supervivientes para no olvidar y no repetir jamás.

Superviviente de Hiroshima, Fujio Torikoshi con sólo 14 años, logró sobrevivir a la bomba atómica.

Fujio Torikoshi, quien tenía 14 años y vivía con su madre y nueve hermanos en Yamate-machi, una colina desde donde se divisaba todo Hiroshima.

Ahora tiene 84 años, fue maestro de escuela y tuvo que ocultar al casarse a su mujer que era un «hibakusha» (así llaman en japonés a los supervivientes de la bomba atómica, estigma que arrastran ya toda su vida). Después de que su primera hija naciera por cesárea y muriera tan sólo a los 15 minutos del parto, decidió no tener descendencia por miedo a que sufrieran daños y problemas de salud debidos a la radiación que él sufrió.

«Aunque padezco síntomas de leucemia, no guardo odio a los americanos por la bomba porque Japón también cometió atrocidades y tengo que seguir recordando mi historia para luchar por la paz», concluye con una sonrisa.

Te contamos su historia:

«Estaba desayunando, a las ocho y cuarto de la mañana, cuando oí un avión y salí de casa para verlo»

«Cuando iba a entrar en la casa porque no podía ver el avión, que volaba muy alto, me fijé en algo negro en el aire y estalló en una explosión de luz tan brillante como el sol. Despidiendo rayos amarillos, el cielo se volvió naranja y pensé lo hermoso que era»

«Pero enseguida sentí una bofetada de calor, como si me cayera agua hirviendo, que me quemó la cara y las manos, y un viento muy fuerte que venía hacia mí y me despidió diez metros», describe la onda expansiva del artefacto, que le hizo perder el conocimiento.

Fujio Torikoshi que se encontraba a dos kilómetros del hipocentro donde estalló la bomba, estuvo a punto de morir por las graves quemaduras sufridas.

«Aunque estaba delirando, me acuerdo de la «lluvia negra» que caía sobre el polvo de los escombros y de los quejidos de los heridos, todos chamuscados», rememora impresionado.

Un camión militar lleno de heridos lo llevó en un trayecto plagado de baches a un hospital a 20 kilómetros, donde lo untaron de harina de trigo y vinagre y le vendaron como una momia. De vuelta a su casa, medio derruida por la explosión, agonizó durante dos días.

«Escuché una nana lejana, que era la voz de mi madre, y ese fue el punto de regreso porque me salvé»

«Como no podía comer, mi madre hizo una pajita con el tallo de una planta de trigo, con la que me daba los alimentos que ella masticaba para que los tragara» «sobreviví de milagro». Por eso, como le ordenó su madre, «tenía que cuidar de esta segunda vida que había recibido y hacer algo bueno».

Con tan sólo 6 años Tamiko Shiraishi también sobrevivió al horror de la bomba atómica.

Con 76 años la mujer Tamiko Shiraishi, también tenía tan sólo 6 años cuando sufrió el infierno de la bomba atómica de Hiroshima.

También cuenta su estremecedora historia:

«Estaba en clase y vi una luz azul pálida en el cielo. Cuando me preguntaba qué era, escuché una explosión tremenda y los cristales de las ventanas llovieron sobre mí»

Descalza y con los pies ensangrentados, huyó a su casa sin ni siquiera percatarse los cristales de hasta 3 cm que tenía clavados en la cabeza, y que le extrajeron después en un dispensario.

Sus heridas físicas no fueron graves, pero las que jamás logró curar son las psicológicas causadas por los terribles recuerdos.

La legión de zombis que con la ropa hecha jirones y la piel cayéndoseles a tiras, quemados de los pies a la cabeza, deambulaban entre las humeantes ruinas.

«En una clínica, una persona, tan abrasada que no sabía si era hombre o mujer, me pidió agua. Corriendo, salí a una tubería rota en la calle y, haciendo un cuenco con mis manos, le llevé un poco. Aunque se me derramó casi toda, chupó las gotas que caían de mis dedos y me dio las gracias. Luego no volvió a moverse» «Al instante, dos enfermeras me echaron y una mujer me dijo que esa persona había fallecido porque yo le había dado agua» ..

«En las calles se amontonaban tantos cadáveres que debíamos saltarlos. Algunos se habían quedado carbonizados mirando al cielo y con los brazos extendidos para protegerse de la bomba»

«en medio de un hedor insoportable porque todo se había quemado», recorrió la ciudad junto a su madre en busca de su abuela. «Mi madre hurgaba entre los muertos porque sus caras eran irreconocibles», recuerda la mujer, que finalmente encontró a su abuela en una casa de socorro. Gravemente herida, los médicos se la devolvieron a su madre para que muriera en su casa. «Su espalda estaba tan infectada que tenía que quitarle los gusanos con unos palillos», cuenta compungida.

Tuvo que cambiarse a otro colegio, donde no la miraran mal por ser una «hibakusha», intentando superar aquel trauma que le provocaba horribles pesadillas, y refugiarse en el corral de su casa con un gallo, Kota, que durante años fue su único amigo.

También ocultó al casarse a su marido que era una «hibakusha». Se casó con 21 años y tuvo dos hijos, uno de los cuales ha sufrido bastantes problemas de salud.

«La guerra cambia nuestro destino y se pierden vidas preciosas», se lamenta Tamiko, quien advierte a los políticos de que «piensen bien lo que hacen porque han pasado 70 años y es un momento importante para evitar que se repita el pasado».

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